Eran las dos de la mañana cuando mi teléfono sonó, escribe Guillermo Galdos.
Ví que era una llamada de México. Cuando contesté mi amigo respondió que el Chapo se escapó.
No lo podía creer, lo hizo otra vez.
Inmediatamente llamé a mis contactos en Sinaloa pero nadie se atrevió a contestar el teléfono hasta la mañana siguiente.
Me quedé despierto la mayor parte de la noche tratando de reconstruir el tiempo que pasé en Sinaloa con su gente. Por casi dos ańos entré y salí del Triángulo Dorado, la central de comando del Cartel de Sinaloa. El equivalente de Atlanta para Coca Cola.
Recordé que este juego requiere paciencia y espera. El permiso llegó y las puertas se abrieron.
De repente, docenas de hombres armados aparecieron. Tenían mejores armas que la mayoría de las armadas Latino Americanas. Yo sabía que el Señor estaba cerca.
Su mamá me invito a comer y me llevó a su lugar favorito en el mundo. Una casa segura a la que llaman “El Cielo”. Fue el primer lugar al que llegó cuando se escapó de la cárcel en 2001. Una casa sencilla con una vista hermosa.
Cuando los soldados llegaron buscándolo, el simplemente se fue a caminar en el bosque.
Allá arriba conocí a Carlos. Él me dijo como el Chapo lo había rescatado a él y a cuatros otras personas de la cárcel en Culíacan.
“Él no olvida a sus amigos”
Veinte hombres armados tomaron la estación de policía sin un solo balazo. Entraron a las celdas y gritaron: “Quién es el Primo?” Él dijo: “Yo, por qué?” Y ellos contestaron: “El Señor te quiere ver. Arréglate, sales ahora mismo”